Editorial Terracota / 2013
Cumple con el mandato de toda novela que se respete: contar un trozo de la vida por el simple placer de hacerlo. Surgirá entonces la conspiración colectiva e interminable para cometer un asesinato aunque sea de palabra en el nombre del amor. Entre las virtudes de la prosa, entre las vicisitudes de los personajes, un novelista en plena madurez se las ingenia para que surjan el humor, la filosofía (la de cubículo y la cantinera) y, por qué no, la poesía, mientras el guitarrista de toda la vida toca una y otra vez la misma canción.