Ideas para escribir una novela
Hay algunos elementos que son la clave en la escritura de una novela, de acuerdo con los textos que tratan el tema. Es difícil citarlos en orden de importancia, porque la jerarquía varía según los autores que uno consulte. Algunos de esos factores podrían ser: la aparición de la idea; el desarrollo de la misma; la documentación; el purgatorio de la corrección, y los personajes. No importa cómo se describan; no importa que uno se salga del tema y después se vuelva a él; cuando estamos pensando en el género novela no podemos evitar una explicación contagiada de cierto espíritu novelesco.
¿Cómo opera ese acto, en apariencia misterioso, de la escritura de ficción? Ocupémonos del tema de la novela, tema multitratado por los más diversos autores; no nos detendremos en la sesuda discusión de saber en qué consiste el género así llamado. Limitémonos a una definición clásica, la que da E. M. Forster, citando a otro autor (Abel Chevalley): “Una novela es ´una ficción en prosa de cierta extensión´ […] ´la extensión no debe ser inferior a las cincuenta mil palabras´”[1] .
¿Cómo se escribe una novela, más allá de los juicios de calidad que se hagan? Mi orden cronológico podría ser, más o menos, de esta manera.
La aparición de la idea
Es bastante difícil saber cuándo surge la idea de una novela. Los novelistas declaran con frecuencia que hacía muchos años tenían una idea rondando por su cabeza, sin que pudieran darle forma hasta que, finalmente, surgió la chispa y allí estaba la historia entera. Pero nada descarta que la idea parezca tan fresca que dé la impresión de haber surgido apenas hoy. Por supuesto, no puede uno dejar de pensar en ese misterioso sistema que emplea nuestro pensamiento llamado la libre asociación y que resultó uno de los puntos clave en el método freudiano para conocer el inconsciente. Se completa con los sueños, los olvidos, los actos fallidos. Hay autores que han declarado que la novela entera ha surgido de una imagen, como si se tratara de una fotografía. William Faulkner, por ejemplo, afirmó que su novela cumbre, El sonido y la furia, se le reveló a partir de una sola imagen; después de esa visión casi mística supo que tenía la historia completa: “Empezó con una imagen mental. Yo no comprendí en aquel momento que era simbólica. La imagen era la de los fondillos enlodados de los calzoncitos de una niña subida en un peral, desde donde ella podía ver a través de una ventana el lugar donde se estaba efectuando el funeral de su abuela y se lo contaba a sus hermanos que estaban al pie del árbol. Cuando llegué a explicar quiénes eran ellos, y qué estaban haciendo y cómo se habían enlodado los calzoncitos de la niña, comprendí que sería imposible meterlo todo en un cuento y que el relato tendría que ser un libro”[2]. Esa niña asomada a la ventana para observar el funeral de su abuela y los fondillos de sus blummers manchados de lodo representó el resumende una historia que de seguro Faulkner conocía de antemano. ¿Desde cuándo la conocía? Imposible saberlo. No habrá sido como el capítulo de un libro que hay que aprender para un examen; más bien debió tratarse de un aprendizaje gradual, milenario, añoso al menos, que pudo haber arrancado en su infancia, en su temprana juventud o en el inicio de su madurez. Dicho conocimiento estaba contextualizado, lo que significa que en él participaron diversos factores.
[1] Forster, E. M.: Aspectos de la novela. Editorial Debate, 1983, Barcelona, 1983, pág. 12.
[2] El oficio de escritor. William Faulkner. Editorial ERA, México DF, 1970,
pág. 175.