¿Dónde están los amigos?

25-04-22

Las mujeres, a través de los movimientos feministas diversos, han llegado al hartazgo y han salido a las calles a gritar: “Ni una menos”, es decir, que no falte una sola mujer en la sociedad. También se puede exclamar: Ni una muerta más. No importa cómo lo digan, el clamor es el mismo: ¡Dejen de matarnos por el hecho de ser mujeres! Pero ¿Quiénes matan? Son los hombres quienes matan. Matan a mujeres y matan a otros hombres y hacen la guerra y se matan entre ellos. Claro que hay mujeres asesinas, sólo hay que darse una vuelta por cualquier penal femenino. Pero son incomparables los números en relación con los asesinos hombres. Es el hombre el que carga una pistola, el que asalta, el que tortura, el que viola. ¿Dije hombre? Evitemos confusiones, estoy hablando del varón de la especie humana. No tengo dudas de ser hombre, pero en ocasiones me avergüenza mi condición. Hay que hablar del tema no porque sea políticamente correcto. Hay torceduras que no se pueden soportar. Por ejemplo, la mayor fuerza física. La ventaja y a la vez el peligro que ello puede representar. La gran escritora nigeriana Chimamanda dio una conferencia que después fue publicada: “…los hombres gobiernan el mundo. Esto tenía sentido hace mil años. Por entonces los seres humanos vivían en un mundo en el que el atributo más importante para la supervivencia era la fuerza física; … Hoy en día vivimos en un mundo radicalmente distinto. La persona más cualificada para ser líder ya no es la persona con más fuerza física. Es la más inteligente, la que tiene más conocimientos, la más creativa o la más innovadora. Y para estos atributos no hay hormonas.”

Hoy nos conmovemos con un nuevo feminicidio. Sucedió en el estado de Nuevo León, pero pudo haber pasado en cualquier lugar de la república. Se están investigando los pormenores de la tragedia porque así debe hacerse, pero la joven de 18 años, estudiante universitaria, en el comienzo mismo de su edad adulta o en el final de su adolescencia está muerta. Sabemos algo: que fue a una fiesta, que los amigos decidieron retirarse a cierta hora, que la víctima permaneció en la celebración un tiempo más, que aun así, los amigos decidieron irse, que la dejaron sola y que le hicieron el favor de enviar un taxi más tarde a que la recogiera. Que se le tomó una fotografía en la carretera, que no se sabe quién la tomó, que estaba sola. Que no llegó a su casa, había desaparecido, que se inició la búsqueda intensa y que apareció muerta arrojada en la cisterna de un hotel. Los amigos no la llevaron consigo. Eso es lo alarmante. ¡La dejaron sola!

En mi remota juventud había siempre una guardia pretoriana que cuidaba a las mujeres y estaba formada por las amigas y en ocasiones por hombres también. Si una de ellas cometía algún exceso, si su juicio se veía alterado por cualquier razón, si alguno de los vivales varones que asistíamos a esa fiesta queríamos aprovechar la situación, ella, la mujer en desventaja del tipo que fuera, era férreamente defendida por sus amistades.

Las víctimas de feminicidio lo han sido estando solas. Cuando van al trabajo, cuando regresan de la escuela, cuando acuden a alguna fiesta, cuando salen a divertirse. También cuando están a solas con su pareja. Lo son también las víctimas de cualquier otro tipo de violencia sufrida a manos de los varones. Por eso he titulado este texto: ¿Dónde están los amigos? La amiga, a veces el amigo, puede tratarse también de un hombre, se excede, toma de más, usa algún tipo de sustancia que produce alteración en su percepción de la realidad o simplemente quiere alargar su estancia en el lugar donde se está divirtiendo. ¡No se deja solo o sola! Así de simple.

Por supuesto que me aterra el nivel de violencia que existe actualmente contra las mujeres por el hecho de serlo; por supuesto que todo combate contra esa violencia es bienvenida, por supuesto que las autoridades están obligadas a hacer su trabajo persiguiendo, encontrando y castigando a los violadores, a los asesinos, como a cualquier delincuente, por supuesto que su trabajo va demasiado lento y las manifestaciones de las mujeres en defensa de ellas mismas exigiendo justicia tienen una irrecusable razón de ser. Pero mientras eso sucede, mientras las autoridades federales, estatales, municipales se colocan a la altura del problema, me pregunto: ¿Y los amigos? ¿Dónde están los amigos? Quizá el violador, el asesino, es el propio amigo. ¿Y los demás amigos? ¿Quién está cerca de la víctima para prevenir el delito? ¿Quién da la voz de alarma de que puede suceder una desgracia?

Concluyo con una reflexión que me entristece. ¿Se ha perdido el concepto de amistad y mientras la desgracia no me suceda a mí no tengo por qué intervenir? ¿Los jóvenes que van a una fiesta han perdido toda noción de responsabilidad y protección al amigo, especialmente a la amiga, y cada quién que se cuide solo?

Si esto es cierto tendré que reconocer que vivimos tiempos nefastos. Que como especie hemos perdido las emociones más básicas que cualquier especie animal suele tener: el cuidado de todos a través de la manada, la solidaridad, el estado de alerta ante el peligro, aunque el amenazado no sea yo de manera directa.

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