Kafka y la tuberculosis (continuación).

La cábala. (Kabbala, Kabala, Kabbalah, Cabbala o Cabbalah) ¿Cuál es esa fascinación que despierta el escritor checo a cualquiera que se acerca a su obra? Quizá la explicación de lo inexplicable; la intuición de que hemos sido engañados: de sentirnos niños creyentes en un más allá idílico si nos portamos bien, caemos en la adultez de un mundo sin sentido, hueco, plagado de explicaciones insuficientes, cuando no de francas mentiras. ¿El castillo que veíamos a lo lejos era una alucinación? ¿Aquello que esperábamos de los funcionarios del castillo nunca nos fue prometido y sólo nuestra terca imaginación lo concibió? ¿O nos engañaron con toda desfachatez y el lugar existe, pero los demás se encargan, con paciencia, de evitarnos el arribo? Y después de todo: ¿algún día conoceré el delito que se me atribuye y por el cual soy sometido a un proceso? Es inquietante darse cuenta de que el genio que me reveló esas verdades ineludibles vivió en una irrealidad alimentada por las ideas fantásticas y caprichosas que algún día se le ocurrieron. Y que por ese motivo siguió contagiándose hasta volver imposible su curación. Ya mencionamos su costumbre de beber leche no pasteurizada y el riesgo que esto puede representar para el contagio. Y era un apasionado de la Cábala. Pero, ¿qué nos dicen las enciclopedias acerca de esta curiosa creencia? La Enciclopedia Salvat ofrece varias acepciones: “Doctrina judaica transmitida oralmente, primero en secreto y luego condensada en dos libros famosos: Yezirah o Libro de la Creación y Zohar o Libro del Esplendor”. También la refiere como “cálculo supersticioso para adivinar una cosa”. Finalmente, explica: “La cábala muestra influencias neoplatónicas y neopitagóricas: Dios es una esencia inaccesible e inefable, pura negación de lo concreto, nada. Esta nada, a semejanza de la luz, dimana de sí misma la sabiduría y la inteligencia; estas dos primeras emanaciones, junto con Dios mismo, forman las tres hipóstasis primeras. Estas hipóstasis pertenecen al género de los números que constituyen el mundo invisible, modelo de lo visible”.

La New Encyclopædia Britannica del año 2002 describe la Cábala como un misticismo esotérico judío aparecido en el siglo 12 de nuestra era. Fue siempre una tradición oral en la iniciación de las doctrinas y prácticas que constituyen una guía personal para evitar los peligros inherentes de la experiencia mística. “La Cábala es la Ciencia de los Números. El objeto de estudiar la Cábala es capacitarnos en los Mundos Superiores. Por ejemplo; un Iniciado pidió en cierta ocasión la Clarividencia, internamente le contestaron: ‘se hará en 8 días’. El que no sabe regresa al Cuerpo Físico y cree que dentro de 8 días, si hoy por ejemplo es miércoles, el otro miércoles será un clarividente. En realidad ‘8’ es el Número de Job, y le indican que tenga paciencia. El que desconoce queda confundido en los Mundos Internos, la Cábala es básica para entender el lenguaje de esos mundos. Es obvio que los estudios cabalísticos deben ir acompañados del trabajo sobre sí mismo, se tiene que hacer Conciencia de dichos estudios, porque si se quedan en el intelecto, al fallecer se pierden, y si se hace Conciencia de ellos se manifiestan desde la infancia”.

El interés de Kafka en la Cábala pudiera relacionarse con su gusto por el teatro escrito y dialogado en yidish. Entonces, Kafka podría ser un judío medieval, un centroeuropeo típico. Max Brod, su mejor amigo, pero quien tanto lo distorsionó (se sabe del cambio de nombre de la novela El desaparecido por uno que consideró más “adecuado”: América), menciona que Franz caminaba rumbo a la santidad.

¿Cómo armonizar dos historias en apariencia contradictorias?: Un hombre conservador, urgido de poseer una tradición, perteneciente a un grupo secularmente perseguido; deseoso profundo de encontrar sus raíces judías y escritor de vanguardia del siglo xx que anunció, no la tragedia del siglo sino la tragedia del hombre a secas, sin excipiente. Kafka fue un judío intenso, y quiero decir con esto que fue rebelde hasta la empuñadura: leía textos en yiddish, soñaba con viajar a Palestina, la Tierra Prometida de entonces, tenía un maestro particular de hebreo, simpatizó con el sionismo, pidió que en su lápida apareciera un epitafio en ese idioma (su deseo se cumplió) y sufrió una melancolía característicamente judía. Todo ello a pesar de la posición opuesta de su padre, quien vivía ansioso por integrarse, por estar bien con los alemanes de su tiempo, por cuidar que su único hijo varón hablara alemán y asistiera al instituto de los niños de la clase alta alemana.

En todo caso, lo que hizo bien a su literatura: la Cábala, el esoterismo, las fuerzas misteriosas e incomprensibles del mundo, tan familiares en la mitología judía, perjudicaron su salud y le provocaron una muerte prematura. Cualquier otra religión que hubiera abrazado con fervor lo habría conducido por un camino semejante. Piénsese en las fantasías anticientíficas del cristianismo, en la superchería católica. Lo que desconcierta en el caso de Kafka no son sus creencias religiosas y pararreligiosas, sino que ello sucediera en un hombre culto y que tales creencias se tradujeran en conductas. ¡Creencias y conductas en extremo lesivas para su portador!

En su tiempo, la tuberculosis era incurable. Nada queda por discutir. Sin embargo, persisten las dudas. Ese mal era incurable cuando se sumaban las diferentes circunstancias que se reúnen para ello. La reinfección es una de ellas. Se reinfectan los pobres, los hacinados, los debilitados, algunos médicos que trabajan con pacientes contagiados. Pero es muy raro que le suceda a un abogado que trabaja en una compañía de seguros, en las oficinas de una moderna ciudad centroeuropea. No importa que estemos en las primeras dos décadas del siglo XX.

La otra gran fe de Kafka fue el vegetarianismo. Una idea en el comer. Tan fantástica como cualquier método esotérico. Con frecuencia se acompaña de otras ideas disparatadas que entorpecen el pensamiento racional: curaciones naturales, homeopatía, astrología, Tarot.

Sin embargo, no se puede comprender la actitud de Kafka ante la vida, ante la literatura y ante su enfermedad, si no se analiza su visión profundamente religiosa de la vida que lo marcó desde muy joven. El filósofo francés Jaques Derrida nos propone que Kafka vivió con la certeza de haber cometido un pecado tan grande que no tenía perdón; y nunca lo tendría. Algo imperdonable que sólo puede entenderse como de raigambre bíblica y milenaria. Para ello debemos recordar que Kafka era acucioso lector de otro gran atormentado: Kierkegaard. Eso nos lo recuerda Derrida cuando reflexiona acerca del origen del concepto de angustia que el filósofo danés estudió en su libro Temor y temblor. Abraham debe sacrificar a su único hijo, Isaac, como prueba de su fe en Dios, a pesar del dolor inmenso que ello le causará. Está a punto de hacerlo cuando aparece otro ángel —ya se había presentado uno para traer el mensaje de lo que Yahvé deseaba como prueba— y detiene la mano que sostiene el cuchillo a punto de cortar el cuello del hijo. Abraham pedirá perdón, no porque haya pasado por su mente la idea de desobedecer a Dios para salvar a su hijo; pedirá perdón por haberlo obedecido y expuesto al hijo a tan alto riesgo, sobre todo, considerando que estaba dispuesto a degollarlo. Durante todo el tiempo en que sucede esta espantosa anécdota, Abraham no dice nada a nadie, ni siquiera a Isaac. Guardar el secreto es la fuente de su angustia indecible. Es el pecado de Abraham. El Gran Secreto de Kafka, que también lo oculta con celo, se llama Literatura; escribe casi a escondidas, niega su vocación ante el padre, pues Hermann Kafka considera que su hijo pierde el tiempo con esa fea costumbre; Franz quiere que a su muerte desaparezca su propia obra. Vive ante un pecado que no sabe si cometió y a la búsqueda de un perdón que ignora si alcanzará. En venganza escribe una Carta al padre (ya se sabe que nunca fue enviada y se convirtió en una obra literaria), en la que se coloca en la posición de Isaac. Es una queja dolorosa, plañidera, de un Isaac adulto reclamando a Abraham-padre: ¿Cómo pudiste? No importa que no lo hicieras, ¿Cómo pudiste siquiera tener la intención de cumplir la orden?      

Finalicemos con un comentario triste, pero kafkiano en su paradoja: hasta una desaparición prematura tiene su consuelo; Kafka no alcanzó a enterarse de la muerte de sus tres queridas hermanas, Elli, Valli y Ottla, en un campo de concentración nazi.

Conclusiones

1. Hay condiciones humanas en las que una persona, sin suicidarse, se deja morir.

2. Kafka pudo hacer más para combatir su enfermedad. Fue un mal paciente y siempre mostró poco apego al tratamiento.

3. Vivió en un estado de melancolía semejante al spleen de los escritores románticos del siglo XIX y dio poca importancia a las lastimaduras del cuerpo.

4. Aspiró a la santidad (Max Brod, dixit), aunque siempre lo traicionó la carne.

5. La literatura fue su verdadera religión, para la cual utilizaba una plegaria: la escritura (Kafka, dixit).

6. La enfermedad fue su camino de la libertad. Se inmoló por ella, aunque,

7. Creyó que deseaba la libertad; cuando la consiguió no supo qué hacer con ella.

 

Algunas ideas acerca de “Kafka y la tuberculosis” aparecidas en estos Blogs fueron publicados como: “Kafka y su enfermedad” en: La otra historia clínica. Palabras y Plumas Editores, S. A. DE C. V. México, 2012.

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