Publicar como consecuencia de escribir

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Algunos aprendices de escritores, en la absoluta inseguridad en que viven al redactar sus primeros textos, se defienden de la posible crítica diciendo: “Escribo para mí”. No está mal el argumento, aunque quien eso dice no es escritor. Todavía. Quizá no tenga importancia; ya dijimos en una comunicación anterior que lo importante es escribir, no recibir el título de escritor. Pero todo tiene sus “asegunes”. Está muy bien preocuparse por escribir más que autonombrarse escritor; el nombre, el título, lo que eso signifique, nos lo dan los demás, no quien escribe. Pero, por otro lado, escribir para uno mismo sin la intención de que lo escrito no sea leído por otro, o por otros, o por muchos, es una completa mentira. Se escribe para ser leído, tal vez sólo por los parientes, por los amigos, pero hay que ser leído por los demás. Escribir para uno mismo es una actividad tan inútil como coleccionar monedas o dedicarse a la filatelia; como entretenimiento, pase, como actividad comprometida, en el sentido sartreano, no existe. Claro que se puede hacer, aunque nadie te tomará en serio.

Pero aceptemos que se escribe para publicar, único sentido del acto de escribir. Una vez me preguntaron en un taller literario al que fui invitado: “¿Cuándo puedo considerarme escritor?” Respondí sin dudarlo: “A partir de que publicas” ¿Cómo resolver la contradicción de desdeñar el título de escritor y a la vez desear llamarse así a partir de publicar? Bueno, la discusión es bastante ociosa y yo la he resuelto de la siguiente manera: Escribo todos los días, corrijo obsesivamente y busco, a como dé lugar, publicar lo que escribí. Si eso me hace escritor porque los demás así me nombran, bueno, pero me incomoda la idea de hacerme de un grado que, según he podido comprobar, algunas personas detentan porque publicaron un libro en su juventud y nunca más han vuelto a hacerlo. Peor todavía: no sólo no publican, sino que no escriben. Dejaron de escribir, que para el caso es lo mismo. Sí, dan clases, imparten talleres y asisten a cuanto coctel y presentación de los libros de otros los invitan. De eso estoy hablando cuando lo peor que puede uno creerse es ser escritor de un libro, de una golondrina, que ya sabemos, no hace verano. El escritor español Enrique Vila-Matas ha escrito un libro al respecto, Bartleby y compañía. Y volvió sobre el tema en su otro libro llamado Doctor Pasavento + Bastian Schneider, de 2017. En éste se ocupa de un autor muy interesante pero casi olvidado, quien dejó de escribir por 23 años debido a que se internó, voluntariamente en un manicomio: Robert Walser. Libro muy recomendable.  

Escribir es un oficio, una pasión o una simple afición, pero se practica con asiduidad. Y el que escribe quiere ser leído. La primera vez que me enviaron regalías por un libro mío se habían vendido 85 ejemplares. 85 personas que yo no conocía habían comprado y supongo que leído un libro que yo había escrito y, por supuesto, publicado. No se trataba de mis amigos o de mis parientes a quienes había regalado un ejemplar, no, eran personas cuya existencia ignoraba, ni sus nombres sabía, ¿no era maravilloso? No recuerdo de cuánto era el cheque que me enviaron, pero seguramente era una cantidad irrisoria. Pero había sido leído por 85 desconocidos. De allí en adelante sería escritor; no importaba también viviera en la infame contradicción de sólo querer escribir y rechazar un poco el título casi nobiliario de escritor.

Lo importante, después de todo, es que había publicado. En adelante desecharía las dudas. Entre otras cosas, escribí para ser leído, es decir, para publicar. Después comprendería otro rasgo del acto de escribir: no todo lo que uno escribe es digno de publicarse. Resulta doloroso reconocerlo, pero hay que ser severo con los propios textos. A veces no funcionan, a veces no son de nuestro agrado, yo, mi primer lector. Pero un texto propio no se tira, no se borra de la computadora; esa imagen del escritor desilusionado de su propio texto que en un arranque de ira rompe las hojas que ha redactado durante algún tiempo está bien para las películas, especialmente las gringas, no para la realidad. El texto propio se guarda, o como dicen en las recetas de cocina, se reserva y se continúa con otra cosa. No se sabe cuándo se tendrá esa epifanía que nos hará ver con claridad lo que escribimos, se corregirán sus defectos, redactando un fragmento, una historia, una novela perfectamente dignos. Lo que uno escribe NO se tira a la basura jamás.

Así que, ¿por qué no nos ocupamos del arduo proceso de la publicación de nuestros escritos que constituye, más bien, un asunto práctico, más que uno de carácter filosófico?   

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Ante todo escribir y después publicar, pero, ¿dónde? ¿Cómo?

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