Revoluciones sin balas. Introducción.
INTRODUCCIÓN
Resulta difícil siendo hombre, blanco, heterosexual y no joven, hablar de los movimientos emancipadores de los jóvenes, la lucha por la aceptación a cualquier clase de preferencia sexual y opinar sobre la igualdad de género; eso quiere decir, salir de la zona de confort para ubicarse en un terreno francamente incómodo: el de la polémica. Puede significar, asimismo, adoptar posiciones progresistas que tal vez no se tuvieron en el pasado. No es fácil volverse feminista habiendo sido creado en un sistema patriarcal, como lo fuimos en mi generación; pero como escribir es un acto de libertad, como no creo en ninguna forma de discriminación, comenzando por la discriminación a mi propia persona y como no me aplico a mí mismo una marginación de ningún tipo, decidí escribir lo que pienso acerca de unos temas que, sin duda, han conmocionado nuestro pensamiento, al menos en la mayoría de los países occidentales.
La idea de una revolución la conocemos todos y la historia nos enseña sus orígenes, sus metas y sus resultados. La palabra nos remite casi de inmediato a movimientos armados en los que hay muertos, perseguidos políticos, cambios sustanciales en la forma de vivir de una sociedad. En ocasiones la palabra se usa en un sentido figurado y hablamos de la Revolución Industrial, la “revolución de la moda”; también se entiende como cambio, violento o no, y un largo etcétera, que hace que la palabra revolución adquiera un carácter polisémico. La palabra cambio nos vendría muy bien, si no fuera por el desgaste que ha sufrido en boca de algunos políticos para ser utilizada en sus campañas.
Decimos: revolución es guerra, armas, ejércitos. Si “nuestro tiempo” abarca a grandes trazos los siglos XX y lo que va del XXI abundan los ejemplos: la revolución mexicana, la rusa, la china, la cubana. En este ensayo, sin embargo, nos referiremos a tres grandes movimientos sociales que van más allá de simples metáforas pero que nunca se plantearon como alguna forma de guerra. Tienen la trascendencia de un acontecimiento social de suficiente intensidad, pero no se han valido de la formación de ejércitos militares, armamento guerrero, asesinatos, traiciones y otras experiencias de la condición guerrera. Por supuesto no usamos la palabra revolución metafóricamente (armamento, estrategia castrense y demás) sino que tratamos de darle su sentido lato a la palabra. Quizá le vaya mejor la palabra paradigma, en el sentido que le da Khun. Nos referiremos a tres movimientos
sociales que se han dado en algo más de un siglo; según las consultas que iremos haciendo, en los últimos, tal vez, 150 años. Es un tiempo elegido a nuestra conveniencia porque es claro que las divisiones temporales de la Historia se realizan con fines de estudio y de una manera arbitraria porque en algún punto hay que comenzar y en otro terminar. Sin embargo, las ideas que expondremos aquí pueden tener una antigüedad tan vasta como las pueden tener cualquier sociedad humana. Así, pues, señalemos los temas que nos interesarán en este ensayo y que han modificado profundamente la visión del mundo o como dicen en alemán, nuestra Weltanschauung. Ellos son:
−La revolución juvenil.
−La revolución homosexual.
−La revolución femenina.
Título paradójico el que hemos escogido para estos textos porque por supuesto que hubo disparos y muertos, aunque esa no fue nunca la intención de estas revoluciones. Pero, en principio, fueron revoluciones del pensamiento. Cualquier habitante de la clase media o alta de cualquier sociedad occidental, con un mínimo de información o con educación superior no puede pensar igual después de estos tres movimientos, a menos que la ideología logre mantener su mentalidad paternalista, autoritaria,
homofóbica y misógina de hace 50 o más años y haya vivido o nacido en una caverna.
Los temas pueden mezclarse. Lo hacen, de hecho. Una persona que es joven, gay y mujer, ¿dónde se coloca? Al final de nuestro recorrido llegaremos a un concepto fundamental por el que toda historia humana debería comenzar: el concepto de los Derechos Humanos, porque, después de todo, es de lo que debemos hablar al tocar estos asuntos.
Alguien me podrá objetar: ha habido muertos en tus revoluciones “pacíficas”, sólo pensemos en el 68 en México o en la muerte de Harvey Milk en los años 70 en su defensa por los derechos de los homosexuales; y tengamos presentes, sobre todo, los feminicidios. Claro que hubo muertos y sacrificio y violencia, pero ninguna de las que estudiamos se plantearon como una guerra ni se llevaron a cabo mediante un ejército como lo conocemos desde tiempo inmemorial, con armas de fuego o de cualquier otro tipo y, para acabar pronto, aunque tuvieron un componente claramente político, no se propusieron como una manera de tomar el poder. Su meta era de otra naturaleza, lo que buscaron fue una manera más clara de libertad social, nunca la intención de “quítate tú para que me ponga yo”. Lo que haya sucedido después o la incorporación de otra clase de fuerzas políticas al paso del tiempo no fue nunca parte del plan original. Y las balas siempre procedieron del represor, no del revolucionario.
Lo que podríamos considerar la revolución juvenil de los años sesenta del siglo XX se apoyó en el lema “Desconfía de los mayores de 30 años”. Mandaban así un mensaje que cobraría un gran significado de allí en adelante: el poder político, el poder económico y hasta el poder familiar estaba en manos de mayores de 30 años y, para colmo, de hombres en su mayoría. Esto conecta, inevitablemente, con el otro gran movimiento que la historia viene gestando, el feminismo.
Por otra parte, cuando los interesados en el “amor que no se atreve a decir su nombre” decidieron salir del “closet” se dio un paso enorme en la defensa de los Derechos Humanos: se trataba de que la gente pudiera manifestar públicamente su preferencia sexual, vivir maritalmente con quien quisiera y experimentar las aventuras eróticas que le vinieran en gana con los únicos requisitos de la mayoría de edad y el consenso.
Pero seguía habiendo una asignatura pendiente porque la mitad de los seres humanos son mujeres y a nadie convenía que levantaran la voz. Y la levantaron. Quizá es el más antiguo de estos movimientos; la protesta de las mujeres por soportar la condición que les han asignado todas las sociedades humanas (formadas por hombres y por mujeres) ha existido desde tiempo inmemorial porque esa condición fue, desde siempre, una afrenta para la condición humana epitomizada por la más cruel de sus expresiones: el feminicidio.
La antropóloga Rita Laura Segato ha dicho: “No es un asunto de minorías, las mujeres no son una minoría, son ni más ni menos que la mitad de la humanidad.” Yo agregaría que sumadas a los jóvenes y a los homosexuales y a los negros y a los indígenas, a lo mejor ya no hay minorías, comparados con el resto, pero ¿quién es ese resto? Es el hombre blanco, el hombre del norte, el colonizador. Me pregunto si ese hombre blanco, colonizador y del norte no será la verdadera minoría. Habría que hacer cuentas.
En resumen, los derechos de los jóvenes, de las mujeres y de los homosexuales a manifestarse y disfrutar de igualdades básicas pertenecen a un concepto más amplio y universal: Los Derechos Humanos. Ello nos convoca a todos y podemos irnos olvidando de la discriminatoria expresión “minoría”.
Optamos por un método que agilizará la lectura. Marcamos nuestras referencias para quien desee profundizar en
cada tema. Pero, sobre todo, intentamos escribir un texto asequible debido al hecho de que la lectura está actualmente amenazada por la dificultad para detenerse en contenidos más amplios, prefiriéndose la consulta inmediata, superficial y con frecuencia equivocada que ofrecen algunas redes sociales.
Soy consciente de que cada uno de los apartados que se anotan en el índice de este ensayo puede desarrollarse ampliamente hasta componer un libro en sí, pero no tengo tantas pretensiones y sólo intento comprender los orígenes y el posible destino de estos temas. He usado notas a pie de página para aquellos que quieran profundizar en cada tema, sin embargo, pretendo que la lectura de este libro pueda llevarse a cabo sin necesidad de detenerse en cada referencia. Es mi riesgo y es mi apuesta.
Así que, como dirían los clásicos, comencemos por el principio.
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